Buenos Aires había sido la primera estación de nuestro viaje veraniego y el lunes 5 de febrero pagamos nuestra estadía de casi una semana en el hostal El Aleph de San Telmo, porque al día siguiente nos levantaríamos muy temprano para llegar al Terminal Fluvial en Puerto Madero y zarpar en el Buquebus hacia Colonia del Sacramento, Uruguay, cruzando el Río de la Plata.
Salimos a la casa de Ariel, el amigo argentino de Rodrigo, bebimos vino (chileno), fernet (argentino), comimos un asado (al horno, pues la parrilla se le rompió a Ariel justo esa noche, después de habernos invitado a un asado a su casa durante casi un año), nos reímos, nos despedimos de la ciudad andando en una de las tantas micros nocturnas y nos fuimos a acostar.
Pretendimos amanecer primero que todos en el hostal. Me levanté y me duché, dando tiempo a Rodrigo para remolonear un rato más. Cuando regresé y lo estaba despertando, un sujeto europeo se metió al baño y pensamos que nos atrasaríamos porque se ducharía y se tardaría y todo sería un desastre… y estábamos hablando de eso cuando volvió a salir, casi igual a como había entrado, en pijama, con la toalla en el cuello pero bien peinadito. Teníamos suerte de que el resto de los pasajeros no eran muy buenos para el agua. Así pudimos seguir alistándonos para partir.
Como para andar en avión, teníamos que llegar con una hora de anticipación al Terminal Fluvial para hacer el check-in. Habíamos dejado las mochilas listas antes de salir donde Ariel la noche anterior así que solo teníamos que ocuparnos de nosotros. No pudimos desayunar porque era muy temprano y no estaba listo. Dejamos las llaves y nos marchamos. Estábamos en la calle Chacabuco y según la consulta que hizo Ariel de su Guía T lo más sencillo era tomar un taxi para llegar a Puerto Madero. Cruzamos la calle y compramos en un maxi kiosco que estaba al lado de Dragón, el supermercado chino que se nos había ya hecho entrañable.
Salimos a avenida Belgrano y en la esquina hicimos parar un taxi. Ariel nos había soplado que no debía salirnos más de $12 así que le preguntamos al taxista: “¿Cuánto es hasta el Terminal Fluvial?” y nos respondió con otra pregunta: “¿Al Buquebus?”, le dijimos que sí y corroboró lo que nos había dicho el amigo en la argentinidad. Nos subimos y nos empezamos a comer unos alfajores de tres capas y a tomar Coca Cola Zero (la compramos para conocer su sabor, pues en Chile aún no había, sin embargo, no pudimos recordar el sabor pues íbamos pendientes del viaje y no de la bebida).
El taxi nos dejó a la entrada del Terminal de Buquebus. El mismo día que llegamos a Buenos Aires, el 31 de enero, habíamos ido a comprar los pasajes para Uruguay, porque con el asunto de los cortes de los puentes a causa del lío de las plantas de celulosa en Fray Bentos parecía que la cosa estaba difícil (lo que comprobamos cuando queríamos volver de Montevideo y tuvimos que quedarnos una noche más por falta de pasajes). Partíamos el martes 6 de febrero y a la entradita del Terminal del Buquebús esa mañana nos encontramos con una sorpresa que nos encantaría y que nos aderezaría el viaje de una manera muy espléndida.
(Continuará).